Hechos 5:1-11 NVI
Un hombre llamado Ananías, con su esposa Safira, también vendió una propiedad. 2 En complicidad con su esposa, se quedó con parte del dinero y puso el resto a disposición de los apóstoles. 3 —Ananías —le reclamó Pedro—, ¿cómo es posible que Satanás haya llenado tu corazón para que mintieras al Espíritu Santo y te quedaras con parte del dinero que recibiste por el terreno? 4 ¿Acaso no era tuyo antes de venderlo? Y una vez vendido, ¿no estaba el dinero en tu poder? ¿Cómo se te ocurrió hacer esto? ¡No has mentido a los hombres, sino a Dios! 5 Al oír estas palabras, Ananías cayó muerto. Y un gran temor se apoderó de todos los que se enteraron de lo sucedido. 6 Entonces se acercaron los más jóvenes, envolvieron el cuerpo, se lo llevaron y le dieron sepultura. 7 Unas tres horas más tarde entró la esposa sin saber lo que había ocurrido. 8 —Dime —le preguntó Pedro—, ¿vendieron ustedes el terreno por tal precio? —Sí —dijo ella—, por tal precio. 9 —¿Por qué se pusieron de acuerdo para poner a prueba al Espíritu del Señor? —le recriminó Pedro—. ¡Mira! Los que sepultaron a tu esposo están a la puerta y ahora te llevarán a ti. 10 En ese mismo instante ella cayó muerta a los pies de Pedro. Entonces entraron los jóvenes y, al verla muerta, se la llevaron y le dieron sepultura al lado de su esposo. 11 Y un gran temor se apoderó de toda la iglesia y de todos los que se enteraron de estos sucesos.
No hace falta ser un genio para saber que las matemáticas son lógicas. Siguen una fórmula: dos más dos siempre es igual a cuatro. Pero ¿alguna vez has notado que las matemáticas de Dios no siempre suman? ¡Son milagrosas! Con Dios, cinco panes y dos peces alimentan a cinco mil personas. Con Dios, uno hace huir a mil, pero dos hacen huir a diez mil. La historia de Ananías y Safira es un poderoso recordatorio de la seriedad del pecado. Es una historia difícil, pero resalta un aspecto importante de la gestión divina: Dios suma, multiplica y resta, y aunque pueda no tener sentido en el momento, la resta divina hace espacio para la multiplicación divina.
Dios quita lo que creemos necesitar para darnos lo que realmente necesitamos
La mayoría estaríamos de acuerdo en que queremos más cosas buenas en nuestras vidas. Si no tenemos cuidado, las cosas incorrectas pueden empezar a arraigarse. Como malezas en un jardín, Dios quita a las personas, lugares y cosas que no deben estar allí. Es con bondad que Dios, el maestro jardinero, nos corrige: cuando lo incorrecto se elimina de nuestras vidas, se crea espacio para que crezcan las cosas correctas.
Como un escultor que talla partes de un bloque de piedra para revelar una hermosa estatua, Dios talla partes de nuestras vidas para formarnos en una obra maestra. La resta divina es frecuentemente una medida de protección, manteniéndonos a salvo del daño. No es la ausencia de peligro lo que nos mantiene seguros, sino la presencia de Dios. En Él, no tenemos miedo, en cambio, podemos estar en reverencia y admiración de Su gloria.
La resta divina puede ser dolorosa pero siempre tiene un propósito. En Zacarías 13:9, Dios dice: "Pero a esa parte restante la pasaré por el fuego; la refinaré como se refina la plata, la probaré como se prueba el oro." La resta de Dios elimina impurezas, refinando nuestro carácter y haciéndonos más valiosos. La historia de Ananías y Safira es un recordatorio de la seriedad del pecado. Su falta de reverencia llevó a su muerte. Cuando elegimos vivir en reverencia al Señor, vemos Su poder y aprendemos a caminar en Sus caminos. A veces Dios quitará lo que crees que necesitas para revelar lo que realmente necesitas. Confía en que cuando Dios resta, te está preparando para algo mucho mejor de lo que puedas imaginar.
Esta semana, reflexiona sobre algo que Dios pueda estar restando de tu vida. Escribe en un diario una oración pidiéndole que te ayude a entender las cosas, comportamientos o personas que Él necesita eliminar para hacer espacio para la multiplicación divina.
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