Hoy, llevamos cruces como joyas, pero en los tiempos de Jesús, nadie hubiera soñado con hacer eso. En aquel entonces, la cruz era un símbolo de dolor, vergüenza y humillación pública. Era la manera de Roma de decir: "Esto es lo que sucede cuando te enfrentas a nosotros". Sin embargo, Dios cambió el guión. Lo que era un símbolo de dolor y derrota se convirtió en un símbolo de victoria, y el mismo artículo que usó para salvar al mundo. La cruz no fue simplemente un amargo final para la vida de un buen hombre: fue el plan desde el principio. Este objeto de dolor se convirtió en el símbolo de esperanza por excelencia — el quid de nuestra fe. En latín, la palabra crux significa "cruz" o "crucial". Nada es más crucial para nuestra fe que la cruz. Sin la cruz, el cristianismo es solo otro programa de autoayuda. Sin la cruz, tenemos buenas enseñanzas sin transformación. Sin la cruz, todavía somos culpables, todavía estamos condenados, todavía estamos en nuestro pecado.

Teníamos una deuda que no podíamos pagar, por lo tanto, Jesús pagó una deuda que no tenía.

1. El Precio de la cruz

Porque la paga del pecado es muerte, pero el regalo de Dios es vida eterna en Cristo Jesús, nuestro Señor. Romanos 6:23

Desde el principio, Dios nos ha mostrado que el pecado tiene un costo y ese costo es la muerte. A lo largo del Antiguo Testamento, vemos un sistema de sacrificios de animales establecido para cubrir temporalmente el pecado y restaurar la relación entre Dios y su pueblo. Ya sea el cordero pascual en Éxodo o el toro y el chivo expiatorio en Levítico, siempre se requería el derramamiento de sangre. Pero esos sacrificios nunca fueron permanentes. Eran una sombra de algo más grande que vendría: un sacrificio perfecto una vez y para siempre. Ahí es donde interviene Jesús. Jesús no ofreció un cordero. Él se convirtió en el Cordero sacrificial. No trajo un sacrificio. Él fue el sacrificio. En la cruz, Jesús cargó todo el peso de nuestro pecado. Tomó el castigo que merecíamos, que era la muerte, y lo cambió por el regalo que nunca podríamos ganarnos, que es la vida.

2. La Promesa de la Cruz

Cuando Jesús declaró, "Todo está cumplido", no se estaba rindiendo — estaba sellando la victoria. En griego, dijo: "Tetelestai", que significa pagado en su totalidad. Pero, ¿qué exactamente había terminado? Terminó el sacrificio por el pecado. Cumplió cada profecía y ley y derrotó a la muerte. Cerró la brecha entre Dios y el hombre. Lo que nos había separado: pecado, vergüenza, culpa, fue clavado en la cruz. Ya no hay más esfuerzo por el perdón, no más actuación por aprobación. La cruz fue el pago completo, la palabra final, y la puerta abierta de regreso al Padre.

La salvación no es algo que te ganas; es algo por lo que Jesús ya pagó. Demasiado a menudo, vivimos como si todavía hubiera un saldo pendiente. Como si tuviéramos que actuar o demostrar que somos dignos del amor de Dios. Pero la cruz dice lo contrario. Cuando Jesús declaró, "Todo está cumplido"; no se estaba dando por vencido. Estaba sellando tu recibo: Pagado en su totalidad. No hay cargos pendientes. No hay deuda espiritual. El precio fue liquidado en sangre. Piénsalo: cuando has pagado por algo, el recibo prueba que es tuyo. No vuelves y pagas de nuevo. Descansas en lo que ya se ha hecho. Lo mismo ocurre con la salvación. La cruz es tu recibo. No tienes que esforzarte. No tienes que cuestionar tu valía. Jesús ya lo resolvió — completamente, definitivamente, para siempre.